extraño té

ella me regala
-¿a mí? ¿sólo a mí?-
orgasmos confiados
sonrisas y lamentos
por igual ella me regala
y me da vuelta
la cabeza -¿solo? ¿la cabeza?-
y gira en ella y gira dentro
se mueve -¿sigue ahí? ¿es ella?-
arriba, abajo, beso inconsistente
sale de mis brazos y larga
su reclamo al cigarrillo
post mortem
mientras spinetta fuma
-alumbra con su brasa-
este cementerio...

La cama me expulsa del dormitorio, dice que quiere estar sola. Aún conservo algo de aquello que abundaba en mí cuando niño, ese fértil equilibrio entre paciencia y maldad, esa conciencia superior que no entiende la culpa. La ducha se cierra, está cansada de vomitar. En mi adolescencia adquirí un gran talento para desperdiciar mi talento. Así como hay médicos drogadictos y analfabetos con blog. O mancos que abrazan goleadores.
Fumamos caños de escape y miramos debedés de los setenta. Nuestra rebeldía es sencilla, muda. A mi alrededor harry potter en las librerías y cines, el reggaeton en las fiestas y culos bronceados en las tapas de revistas. Solución hay una sola y es imposible: ponerse de acuerdo. Harry potter en las fiestas, reggaeton en las tapas de revistas y culos bronceados en las librerías y cines.
Existen seres misteriosos con dos almas; yo los imaginé.
Tomar ese tren en constitución… puede ser un gran placer. La noche, la ventana y no leer un buen poema.
Existen infinitas formas, de llegar a lo imposible.
El amor es una calle y como tal no tiene la capacidad de amarnos; te busco en el fondo de una botella. Poco importa la vida de los objetos. Hasta el violín más humilde tiene alma, no como cierta gente… Cuando sólo la bruma transita los adoquines de una ciudad en la que habitan millones, pienso otra cara de la soledad.
No sé qué galaxia empieza cuando te beso, pero ahí vamos.
Veo gente apiñada en una tienda de ropa, veredas con baldosas nuevas para que un carro cartonero circule sin baches: el progreso se masturba en la banda ancha del ver y sólo ver. Finaliza el film cascado por su estructura –absolutamente– lineal, su contenido –perfectamente– cotidiano y el narrador –completamente– aburrido; salgo del cine enojado –principalmente– conmigo y prometo nunca más invitar –a una primera cita– a ver una película desconocida. La fuerza de un brazo/tentáculo con perfume de mujer y las estrellas maldicen al compás de mi sombra que sonríe.
No presagio lo sensato y lo predecible, camino sin rumbo ni pretensiones.
Mi tamiz no discierne la bondad entre la bondad del tumulto hasta que fumo la seca del nevado que me pasa este amigo pasajero y desconocido. Respiro la sal del pacífico que más aquí es plata. Te busco en el fondo de un vaso de cerveza. La legalidad y el control de masas. Pregunta, desde afuera: ¿es superior a dios el poder de comprensión de los términos legales? Sí, para encontrar el equivalente a la capacidad subjetiva para describir cómo, y agruparse contra el sistema. Me refugio en el mantra de caras.
Empiezo a creer en el nihilismo. Una concha americana toma el tamaño de una caja de zapatos y luego escupe treinta kilos de bebé por una rampa empapelada con diarios que caen en la tabla de un cocinero nervioso que fuma y celebra, cuchilla en mano, la llegada de la carne fresca para el guiso. Amanezco; veo un rostro culo de botella bermellón sudar ácido; la transpiración viaja desde la calva hasta la nuca, las orejas, los huecos en sus cachetes… forma canales en los surcos de la frente rasgada, cae de a gotas directo al suelo.
Renuncié, meo. Te busco en cada pastilla de naftalina del mingitorio. No se le puede pedir psicodelia a un paraguayo espolvoreado con merca de cinco pesos la bolsita, armado con papel de servilleta de bar. Hicimos lo posible, amigo pasajero y desconocido. Las palabras/barreras no te traen, nunca lograrán hacerlo los kilómetros son más prácticos. El tren… el tren se detiene.
Los dinosaurios comprendieron; sembraron petróleo para convertirse en el motor. Pienso tu imagen y tus delirios crecen. Un par de dados ajados en sus dieciséis vértices toma una de mis manos y la arrojan a un tablero lleno de colores; pierdo un turno. Te busco en el fondo de mi bolsillo, en un par de billetes, en el fondo de otro vaso de…
Depredo, observo al fin; por las calles las caras se repiten cada tanto y es así como compruebo de alguna manera que las personas continúan habitando el cemento de forma paralela e independiente. Ellos ignoran que gran parte de mi memoria se va en guardar las imágenes de sus miles de rostros. Ellos ignoran…
El crepúsculo prende un cigarro para mentirse compañía. El peso de una orquesta que calla me recuerda que una cosa es la eternidad y otra la muerte.
Lo que dura un agujero, asoma la noche: decenas y decenas de baldosas, fondas boliches cafés; tomo todo lo que mi bolsillo puede. Te busco en el fondo de una medida de Pineral. Encuentro una galaxia deshabitada. Una mesa que no es mía con una botella que ahora sí y un vaso que no. Dentro mío hay un parlante que me aturde, un dibujante de fantasmas que sólo aprendió fantasmas. Y te dibuja.
Olvido las partes nuevas, anoto las viejas o repetidas. Quiero nada al gobierno, la imaginación al poder. La botella me considera bebible: acaba conmigo, comienzo. A buscar… entre las sábanas…

desorden

Es el éxito enlistado en mis papeles, como algo que hacer. Es la contradicción que camina mientras camino. El beso que olvidé darte, esta espera, mi conciencia, un reproche entre tangos y la promesa de dormir.
Sueño hospitalario, breve. Desayuno una extraña inversión; el hecho de tener más cansancio al despertar que antes de dormir. Enlisto, entonces: no dormir. Tal vez una siesta, tal vez otra mentira, otro atajo; algo que me devuelva a la senda fallida, y siempre ilusoria, de la satisfacción.
Si mi suerte continúa con su maniático asincronismo no me queda alternativa; desconfiar de la buena suerte. Enlisto hasta el buenos días. De mis dedos, de la planta; rara vez sigo al rocío que me regala la noche.
Vanidad aparte, tengo la obsesión de ser cada vez menos obsesivo.

hasta la victoria secret´s

Y nada moría.
Trancado, las calles de siempre. Esos ruidos me despiertan: repetí por inercia otra vez. Luego me sentí un microbio quieto: el ruido de las calles de siempre. El microbio se mueve una milésima de centímetro, en mi mapa mental: la bicicleta y su rueda absolutamente desinflada. Mas allá, nada: a cielo abierto las estrellas iluminan el alambrado de un campo suburbano. El miedo brilla y me hace reír. De él, en su cara. Y bien. Un colectivo pasa; en él voy yo, con mi croar submarino. Soy un renacuajo que sueña con una morocha que está a miles de kilómetros. Por la ventanilla, una chica pasea con su perro. La remera que viste la diseñé yo hace unos años. La chica aprovecha el rojo y me habla: “Las calles de siempre, sabés, los ruidos… ¿qué hacés, trancado, aquí mientras las estrellas y la ruta, el alambrado…” el colectivo deja atrás el semáforo, la chica, y arranca hacia ninguna parte.
Aparezco sumergido en mi ilusión; creo vivir en ese punto en el cual tengo la cantidad de adicciones que quiero a las drogas que quiero, y sólo así se percibe levemente con mayor claridad. Detenerme y contemplar es mi adicción favorita. No comprendo el absurdo mandato de castigar las adicciones, o peor aún al adicto… ¿Acaso quieren una sociedad feliz a base de petróleo y barritas de cereal? El sexo es la principal droga, que además es la droga que mueve a todas las otras drogas. Descontando que las putas siempre tienen coca, faso, paco, las más top tendrán bicho y pepa. El sexo es el túnel etéreo de la salvación. Y no se necesitan pastores, el rebaño va solo hacia la luz. La paranoia prendió fuerte entre las masas, porque el fin del mundo es imaginar el fin del mundo. Y ya hay tantos que lo hicieron, lo hacen… vos mismo lo imaginaste alguna vez ¿no? Seguro que también leíste un “Elige tu propia aventura”. Deberías tener la cabeza abierta, y deberías saber que los panfletos ya no sirven. Los partidos de fútbol se juegan entre miles y son once por lado los que miran; siempre una sola pelota. El mundo quiere volver a la piedra, y no le importará perder la ternura…

sale dios plata, entra dios cultura

No podrías imaginar como han cambiado las cosas, aquí. La revolución social ha convertido al dinero en un papel sin importancia, por lo que ya nadie lo tiene en cuenta; la gente va por la calle cantando, todos nos abrazamos con todos, se ven policías fumando porro, las viejas se quejan menos. Todo parece juerga y alegría. Todo parece. Paradójico pero recién ahora buenos aires tiene aires buenos. Y el riachuelo, es de agua cristalina. Tomé el 152, me bajé en la boca me tiré al riachuelo, conocí una morocha llamada Lhere, estaba en bi-ki-ni, le dije que era la mujer de mi vida, ella me propuso casamiento, le dije que no me gustan los compromisos, y menos con la mujer de mi vida. Le pregunté si quería que le mienta o que hable sin escupirla, me dijo que haga las dos al mismo tiempo, y yo no entendí. Entonces dije que me iba de viaje, ella preguntó si podía viajar conmigo, quería seguirme, le dije que sí pero que no que no que no. Mejor no hablar de ciertas cosas. Entonces pidió entre solemne y aburrida que le mienta: en verdad ella no era LA mujer de mi vida, se lo dije y se enamoró más de mí, y me abrazó hasta quitarme el aire, tuve que hacer un esfuerzo enorme para zafar de sus brazos, con mis últimas energías salí del agua, que ya no era cristalina; flotaban cosas, en realidad flotaba agua entre las cosas. Me di cuenta que Lhere no era precisamente una-linda-chica, y que un torrrrrrrrrrrrnado arrasó a mi ciudad. Que la mujer de mi vida existe sólo en sueños, pero no, mejor no hablar. De nuevo a tomar el 152; en la parada, gente. Se apelotonaba y se golpeaba con bastantes ganas. Unos luchaban para quedar delante otros, y otros luchaban con uno para subir antes al bondi que nos llevaría a ninguna parte. Y el bondi no venía. No, no podrías imaginar como han cambiado las cosas aquí. Una defensa hombre a hombre estúpida y rigurosa; faltaba que el volante por izquierda levantara su brazo y tirara el corner, y de esa-ingeniosa-imagen-mental me estaba riendo cuando apareció esa-caja-llena-de-asientos. Los empujones finales, yo esperé esperé esperé, y al final el colectivo se llenó tanto que el colectivero dijo: “este colectivo es colectivo, vamos vamos, al fondo debe haber lugar, vamos subieeendoooooo”. Desamanera el chofer concluyó la jugada preparada; arrancó y el colectivo colectivo me dejó afuera. Abajo quedamos nada más que dos personas. Y es curioso, porque sólo cuando estuve definitivamente abajo del bondi, miré quién-estaba-detrás de mí. Era un viejo muy simpático, y calvo, y canoso, y quejoso, y justamente ERA muy simpático. Claro, hasta que le hablé, hasta que me respondió. Empezó con su discurso nostálgico y sectario; facho para decirlo entre nos. Resultó ser que en SU época los colectiveros eran todos nacidos en Argentina y era imposible que no subieran todos, porque eran bien nacidos, en Argentina. No me quedó otro escape que bostezos esdrújulos; hice notar mi alegría de domingo a la tarde, entonces el viejo se aburrió de hablar y recién ahí cayó.
Buenas tardes señor, sí, el placer fue suyo.
Me fui, silbando bajito, y silbando bajito, casi descalzo, comencé a caminar por el parque lezama. Era domingo y la gente puebla-los-parques los domingos. Este uno de los signos de que en buenos aires no está todo perdido, de que la gente busca el verde y ama el suelo. A pesar que los otros 6 días de la semana todo se reduce a dios plata, dios-apuro, dios-obligación, a dios burocracia, en fin, la gente habitaba el parque y parecía lo suficientemente no alienada, podía sonreír si quería. Yo caminaba hasta que me senté, por ahí, y decidí no pensar (sólo pretendía respirar en paz), entonces en un descuido, mío, o suyo, que sé yo, un gato se subió a mi banco y comenzó a usarme de rascador, pasaba su cara, su cuello, su gordísimo y amarillo lomo contra mis uñas, hasta que se cansó de rascarse y se durmió en mi muslo derecho. Lo acaricié lentamente, disfrutaba en mis manos la suavidad felina, era casi demasiado; el gato llenó hasta mi tacto con felicidad. Mi tacto. La gente nos miraba (la gente es muy mirona), continué acariciándolo hasta dormirme.
Puedo delinear la imagen del gato dormido sobre mi cuerpo dormido, en ese dormido banco del parque lezama, un domingo a las 7 de la tarde, mientras caía el sol y nacía una nueva noche. Un nuevo día. Aquí las cosas han cambiado, y siguen cambiando, y en realidad es siempre igual: todo parece.
Me desperté y era de noche, el gato por supuesto que no, y reconozco que ignoro aquí cómo hice para sentirme tan bien. Bah: como siempre, mi más absoluta ignorancia.
Y justo pensé en vos.
Y que no podrías imaginar como han cambiado aquí las cosas. Ahora las cosas son otra cosa; en el parque no había linyeras, ni cartoneros, ni siquiera perros flacos, estaba solo. Incluso el viento se ausentaba por largos ratos, lo que me daba la sensación de estar más solo.
Me paré y comencé a caminar en círculos por el parque.
Y no, no-no-nnnnnn-o-no-no-no encontraba qué hacer con ese día tan raro… ¿qué hora sería? ¿adónde me gustaría ir? ¿qué quería ver?
Nada parecía tener respuesta, pero un momento determinado todo pasó a ser indeterminado; reconozco que ignoro
cómo
pero el tiempo se convirtió
en una excusa para sublimar los semáforos
y no viceversa
y me dije que si podía respirar y sublimar
y que si aún encontraba signos de vida y de amor a mi alrededor
y que si las cosas han cambiado y no van parar

yo no voy a parar

y somos muchos los que ni pensamos en parar
y sabemos que vamos a morir
sin ver los cambios por los que ya ha muerto tanta
tanta gente

las cosas cambian todo el tiempo
pero siguen siendo lo mismo (cosas)
y cada día son más absurdas (¿y qué?)

mientras, yo sueño todo el tiempo
que las cosas aquí han cambiado
tanto
que ni podrías imaginarlas
y espero que no sólo sean más fáciles
sino también un poquito menos crueles.
Que las cosas sean un poquito menos cosa.

piscina

Fluyen, como en desfile, los recuerdos más vivos de mi colección. Van con sus mejores trajes y sonrisas, delineando una trayectoria indefinida en el mapa desértico. La única ropa de la naturaleza es la sangre en la que nos bañamos.
Ruedo como una cebolla las veredas de esta ciudad, que se cortan, y lloran mis horas dentro de un silbido. El aire impuro trafica eso que respiramos, pulmones como arena en un péndulo; mis manos escupen tiempo de reojo.
Hago una rifa con el planeta, para que otra historia se vierta en tus manos. Para que tus manos me devuelvan el aliento. Porque jamás freno, salvo para vomitar lágrimas en paz.
Pienso, trato de encontrar, la relación entre un gato negro, un cowboy porteño y un rechazo. Quiero dinamitar el lenguaje, pero éste sueña, olvida o no recuerda, y toma de su copa de símbolos. Entre las infinitas posibilidades que tiene para beber, elige tomar sed. Luego pone sus manos en forma de cuenco, y sorbe sangre para que baje el bolo semántico de retina y papel, retina y papel.

que fantástica fanática esta fiesta

Querido Papá Noel:

Me siento prácticamente mal, y está bien que así sea; nunca fui un niño bueno. Comencé a ser grande, esa trágica aventura de cambiar la imaginación por miedo, y mientras intentar no volverse tan loco. Es el miedo. Va en las palabras, sobre todo en las que callamos.
El miedo, en la sangre.
Santa, quiero pedirte que me traigas nada.
Que te lleves mis cosas materiales.
¿Podrás remendar tanta malicia y pereza?
Lloro porque desconozco. Me desconozco. No puedo controlar ni mis nervios ni mis ansias ni mis pensamientos ni mis recuerdos ni mis ganas de...
Que te lleves mis cosas inmateriales, también.
No necesito mis cobardías. Basta de hablar del futuro y dejar los espacios en blanco. Basta de decir lo primero que se me viene a la mente. No callo, no caigo, de la nada a la gloria me voy, así me das más.
Ni siquiera sé por qué estoy escribiendo esto.
Veo todo pero no sé qué mirar.
Hago y me arrepiento.
Cometo muchas imbecilidades, todas juntas, mi vida es siempre de noche.
Pierdo cosas; juegos; llaves; pierdo los años. Neuronas de a miles, pierdo a cada segundo.
Cambio cosas por otras, intercambiar, prestar y las cosas siguen siendo cosas.
Cultivo malos hábitos, poco delicados, hago listas de todos mis asquerosos vicios; pero los cultivo es-tu-pi-da-men-te.
Creo en ciertas cosas y jamás develo que estoy convencido de ellas.
San Nicolás: por favor no hagas que te odie a ti también.
Le tengo más miedo a un espectáculo de lo abyecto que a la locura.
Y nada me parece una buena recompensa por amar.
Así las cosas, mi intención es amar a otro y después odiarlo para compensar.
Al final…¿todo se trata de estar sano? ¿o de estar equilibrado? La vida sería extremadamente fácil si estar sano fuera simple. Ni la medicina ni los pochoclos alcanzan, incluso muchos se vuelven locos…¿en la búsqueda de estar sano?
¿Nada me parece una buena recompensa por amar?
Quiero pedirte que todo el año haya luna llena. Que no deje de pasar el tiempo.
Que mi cuerpo siga vivo.
Ver la vida a cada instante y aspirar, luego, la angustia. Ver la vida a cada instante, o abrazar la nada. Y aferrarme a ella y a cada instante escapar.
Escapo a cada instante.
El tango en la sangre.
Es la muerte.
Primero andar sin pensamientos.
Al fin saber amar.

hidromasangre

quiero decir todo lo que quiere decir yo

siempre y cuando la ansiedad, el poder
dejen que mi torpeza innata hable, escriba

aunque lo que permanece de mí no es otra cosa que este organismo de locura
cúmulo de materia inerte que transita por ese limbo donde las ideas y la acción se turnan para arrojarse sobre el instinto

un baño de sangrespuma que me lleva a lugares encantados con seres misteriosos de piedras y cardones, capaces de recomendar…
la cobardía como leña
ponerse en las vías del tren cuando uno está por pasar
saltar de una ventana
saltar por una ventana
tomar veneno
tomar pastillas
comer kilos de chocolate (light)
comer hamburguesas fritas por payasos
pegarse un tiro en la nuca (o donde sea que estén los sesos)
o dentro de la boca (o donde sea que esté el lenguaje)
saltar por la cama
saltar de la cama
nadar
ir al trabajo;
ver a la compasión con su loro y reír sin motivo
insultar a la misericordia antes que acabe
dinamitar la poesía
procrear donde nunca antes…

quiero decir y no
es mi propia obsesión lo que me detiene
si la autodestrucción tuviera pedales apretaría el que sirve para acelerar
o intentaría ubicar el freno de mano
porque no soporto
la belleza que ostenta agonía
ni entrever por el último pedacito de ventana
cómo la esperanza juega al truco con la maldad