Meditación en el crepúsculo del psiconáuta presente

El viento desintegra mis días en una mano del Sol pantano. La vibración simula continuidad, individuación. La solidez de mis pasos varía según mi fuerza. Los médanos pueden permanecer o deshacerme. Quizás dependa del viento. De la arena y los golpes en los ojos.
Las palabras me hacen viajar, adentrarme en nuevos mundos.
La voluntad sostiene a dios, que masca, hace globos; a veces creo que su saliva alimenta. Que me tocan sus océanos y valles.
Despierto, voy hacia adentro. Me elevo, cada sitio es un planeta. Cada persona un sitio. Busco el mío. Allí donde soy el océano, el barco y la isla; lo tóxico, el viaje mismo, el monstruo que habita el Sol desierto.
Allí donde no soy parte de la totalidad. Allí donde soy todo.

edición divina

¿Cuántos Copetines se habrán clavado Dios y Guttenberg mientras diagramaban la Biblia?

costumbre culinaria

los humanos adquirimos eso de la salsa
separar a los deformes machucados o podridos

para usarlos

superar el millón

¿como se llamaba (hace días lo tengo atragantado, embotado en la mente) el que nos dio el pase a la casa maya en polonio? cosas de nuestra fatal pelea con ella, como si no fuera ella la que determina las sutilezas, las pequeñas o grandes diferencias, la que determina qué hay dentro nuestro, o como si en gran parte no fuese ella la que nos muestra los rieles del transcurrir de los días; como si los trenes que pasan por allí hiciesen otra cosa que marcar a fuego nuestra truculenta psicosis, nuestro amor a la ignorancia, nuestro esfuerzo creativo pero siempre ignorante. tenía un nombre simple, raro pero simple, eso sí recuerdo. tal vez era toda su existencia de una simpleza admirable y dificil de encontrar. un pequeño gran mago caminando entre la gente sí.
escucho los deseos y frases conmovedoras de los otros al estilo "quiero al mundo en mi bañera" o "me encantaría ser tan útil como las flores" pero siempre aparece el que te rompe los esquemas, el que maltrata las estructuras y hasta te da a entender que tiene la habilidad para destruir cualquiera de ellas, que si no lo hace es porque no le parece, porque ya fue y volvió de allí, tampoco le gustó o no tiene tiempo; que es ajeno a los problemas ordinarios, que la existencia no es tan complicada en realidad y te dice "si no es delito el deseo es facismo", y no sólo te lo dice, te lo repite dos o tres veces, incluso en el medio te cuenta una historia y sugiere decenas de ideas, y te caga, te recontracaga, se olvida de que sos un paquete, de tu sonrisa falsa, de tu mirada aburrida, te deja pensando. allí no estás a salvo, es avanzar o retroceder, no podés quedarte en el mismo lugar cuando cuando llegás a una muralla, al tiempo se acabaría el agua que llevas con vos, o te fumarías todo el tabaco (y siempre retornan las ganas...), y no querés volver, pero sí acabar, otra vez por un ratito, con tu instisfacción, la muralla efectivamente está en tu camino, en la trayectoria que te corresponde; si querés llegar donde decís, es avanzar o retroceder. la quietud puede servir para avistar el filo en lo alto de la muralla, contemplar su totalidad desde el punto de vista que te toca, incluso imaginar qué hay del otro lado. tu éxito no es para nada seguro si tu intención es que del otro lado te reconozcan por haber pasado. a eso le dicen mezquindad. el mundo es un completo diseño tuyo.
sueño trenes, un largo tren para todos, infinito lugar en los trenes para llevarnos nuestras mascotas, lagos, libros favoritos, obsesiones, ritmos, incluso lugar donde poner nuestros trenes, el millón de sueñotrenes; el total de mundos que habitan éste. vamos de viaje a lugares desconocidos, lugares invisibles, indecibles, diré que los trenes que sueño trascienden las tres dimensiones ordinarias. en las fronteras del concepto viaje hay gendarmes que, en lugar de pedir documentación que confirma que sos tu personaje, le pegan un tiro a quemarropa a tu romanticismo y te lo compensan regalándote una mochila con agua y tabaco y un mapa que marca los caminos que nunca podrás tomar; para despedirte sin echarte te prometen abundancia de sentido si atraviesas la muralla que aparecerá en tu camino.
las sucias palomas y ramas en mi cuarto, los muertos traídos a la vida una y otra vez por los que apretan teclitas, el colchón y su hedor inverosimil, como una tumba, claro, mis dientes limpios, de nafta súper, mis pulmones llenos de residuos, de nafta super, mis dientes prestados, como globos mis pulmones, como fuego mis dientes, inundados en saliva de muchas bocas, varias inconfesables, mis pulmones llenos de ideas maravillosas (que nunca son acciones concretas), mis dientes recuerdo, mi ram, mi memoria ram, mi memora ram ram ram-ram rá aaaaaaaaaaaaaaaaaammmmmmmmmmmmmmmmmmm, mis pulmones respirando por mí, alimentando a mis dientes de leche, caídos como recuerdos de una niñez feliz donde mucha felicidad artificial se cuela, se camufla, se encanuta de queruza, y aflora luego, aquí y ahora, en muchos aquís y ahoras, convierten a nuestra adultez desgarrada en un barril vacío de afecto, con un hermoso alambrado de púa delimitando su inamovible lugar, felicidad artificial, felicidad al fin, la felicidad profunda vista como algo de lo que burlarse no está tan mal, porque de última la felicidad profunda no existe, como tampoco existe el silencio, o el amor, y ya se están cagando de risa de todo, son todos locos, hermosos y complicados, que quieren todo ya; salvarse del descenso de la impotencia y la falta de ganas, tener guita, viajar, comer, darse gustos, eso, darse gustos, y si sobra algo de plata para pagar la luz mejor, eso, pagar la luz, plata para pagar la luz, también quieren una pareja que no quiera compromisos, amor artificial diré ahora, aunque quieren luz de la que no se consigue pagando, esa que apenas se siente en la superficie de los labios cuando alguien que te quiere te besa y te abraza, esa luz que no vemos, esa luz esencial y por tanto invisible a los ojos; consigo creer que jugamos la promoción todos los días, parafraseando a los hombres del hiperfútbol, nos jugamos la permanencia, aquí y ahora, allá y entonces, dificil permacer, dificil jugar; fácil llorarse a uno mismo, o sea, ir a reclamarle al árbitro, o más fácil todavía salir del campo de juego y buscar, con el resto de la turba enfurecida, a las autoridades para que ellos nos den justicia, justicia artificial, y claro allí están las últimas consecuencias, encajonadas, artificiales, como si nuestros fracasos íntimos se curasen con llorar, la inexistencia de justicia no es sólo demoledora en los actos humanos, también mantiene al mundo fatalmente girando, la justicia profunda haría estragos en el mundo, lo convertiría en algo perfecto, armonioso, y ya sabemos que no queremos eso, entonces necesitamos justicia artificial para seguir; la comunicación carece de lógica cuando es con nuestra propia miseria, nuestro profundo dolor, nuestro profundo miedo; aprendimos a temerle a lo que existe más allá de eso, que nuestro deseo más profundo no debe salir, que debemos conservarlo, ser más fríos que un container lleno de heladeras enchufadas, y ahora ni siquiera reconocemos qué deseamos, qué hay dentro de la heladera, aprendimos a zafarla, nos hicimos un machete del espíritu; sabemos qué es pero no para qué sirve, eso es ser moderno, maquinalmente moderno, sentir asco ante lo desconocido, no volver a probar lo que no nos gustó, construirnos un aura de plástico, comprar un perfume para el alma y listo, hacer todas las suposiciones posibles, no ver al otro, creer que es el otro quien siente amor.

de dos a dedo

Ella tiene dos motivos para que la lleven.
Está más buena que todas las playas y el carnaval de Brasil.
Pedirle a los camioneros es competir con ella, casi perder el tiempo.
Me acerco, necesito: “-¿Notaste que los inodoros son propensos a estallar?”
Para mi desconcierto, no se ríe. Mi mueca persiste, inútil.
“-¿Nos llevarán algún día?”, responde.
Pintados en la ruta; perdidos en el pequeño pueblo.
El mundo abandonado, brilla eternamente.
Antes, después de ella.
“El arcoiris parece sacado de una película de Kurosawa”, digo.
El Sol se pone; la ausencia de palabras desgarra la inacción.
Sea lo que sea que aprendió de tanto escuchar conversaciones, mares, mudanzas, me importa muy poco.
Un Iveco anaranjado a paso de hombre enfila hacia la ruta, le digo que corra a preguntar.
“¿Vas a Kurosawa?”
La ruta pasa por debajo nuestro a ochenta por hora.