...orgulloso de mí mismo...

Voy por mi baldosa, tranca, como siempre, atravieso la lujuria, la insatisfacción y ni me inmuto, mantengo el caminar acelerado de siempre, para llegar antes que nadie a ninguna parte, miro los carteltes, las embarazadas, los obreros en las construcciones, los nuevos supermercados.
Por ejemplo, donde decía De Narváez 2011 ahora se lee "VENDE" y abajo otro cartel: "alquila". Nada de gente. Miro para todos lados, la calle ofrece muchos, quiero ver si te veo, pero solo encuentro baldosas y luces que ordenan mi caminar.
De repente voy lento no porque me guste, sino para recibir cada momento algo después, y disfrutarlo el doble cuando llega.

Discusión en la calle:
- !!!Imagináte que en esa ambulancia va tu vieja!!!
- No. Mi vieja ya falleció.
- !!!Ves!!! Se murió por pelotuda.

Anoche no termina: mi gerente saca billete de cien dólar y me pide que consiga una botella de José Cuervo. Aparezco unos minutos después en la mesa con el escabio y el vuelto. El jefe es el más alcóholico de todos nosotros, sospecho que por eso mismo es el jefe, y considerando lo que beben mis compañeros concluimos que es de hierro el hígado del jefe. Tiene campo y acciones, seguramente le dé para rapiñar algún puesto estatal, quizá hasta para la política. Por supuesto toma frula, y sabe conseguirla solito. Quizá hasta vende. Para su jermu obviamente es sólo el gerente de Seguros La Libertad, un laburador, un tipo con el que casarse y tener hijos. Insulta a su mujer y se ríe de ella con nosotros. Llena nuestros vasos cortos, brindamos por la salud que perdemos en el momento exacto de hacer fondo blanco.

Cansado del sillón negro, de las luces naranjas, salgo con una compañera a fumar un cigarrillo a un patio interno. Veo en sus ojos un inconfundible brillo libidinoso, pero no hago más que hablar idioteces. Le confieso, como si fuera un crimen, que tengo veinte pesos en el bolsillo y que mi mujer está en nuestra cama, esperando que llegue con la cena.

Pero eso no sucederá esta noche. Beberé a cuenta de mis compañeros de trabajo, y de las invitaciones del gerente. Pienso en renunciar, en que este traje merece descanso, en ser alguien que sabe lo que hace y no su propia sombra.
No encuentro manera de acabar con esta noche. Escabiamos como cerdos, obedecemos como buenos lacayos. Somos todo oídos a la iniciativa del gerente.
El sol empieza a levanatarse pero no así mi ánimo, que continúa anoctumbrado, que persiste viendo demonios ejecutivos, lagartos en el baño. Miro la calle a ver si te veo. La calle me entra por los ojos, soy un monoambiente, un taxi libre, un bondi repleto, un cartonero, un tren a toda velocidad.

La ciudad me fagocita, me doy pena pero esto no va a quedar así, simplemente va a empeorar.

Y cuando el sol vuelva a irse ya no tendré empleo, ni mujer (que quizá espere algunos días más por mí), ni ganas de estar en mi hogar. Estaré convencido de empezar de nuevo, pero la lluvia me molestará demasiado. Dormiré debajo de un puente, comeré con los sin techo, le voy a dar pena a más de uno, porque pena sí que tengo un montón para dar.

Como si fuese un criminal la policía querrá encarcelarme, pero con guardarme un poco de lucidez estaré a salvo de sus barrotes. Aunque seguiré viviendo en esta selva, que no es mía, que no es selva por la vegetación. Es selva por las miradas como puñales, el lucro como la imagen del éxito, la miseria y el despilfarro que conviven con la ignorancia y la astucia. Como si fuese una gota de lluvia comenzaré a caer sobre el asfalto, perezoso tendré que ir hacia las alcantarillas, buscando nuevamente el río que me llama.