el agua debe aprender a nadar

Ella vive en la ciudad de la fobia; aunque vive es una forma de decir. Sería más acertado decir que cada tanto la invade la sensación de estar viva. Piensa en él, por él, qué él, cómo él...y se pierde en sus propias palabras, ese limbo que sólo ella quiere transitar.
Por momentos las palabras que piensan sus personajes, son sus palabras:
- Es que pasado presente y futuro son lo mismo. Hace 30 años vinieron los punks con su historieta del "no-future" como si hubieran inventado la pólvora. Sin embargo, hoy hay menos no futuro. Que el mundo no ofrezca otra cosa que canibalismo se corresponde con la falta de religiosidad de las personas. Aunque haya miles que vayan al templo y recen y crean Sus Dioses, no son personas religiosas; la solidaridad la practican de la boca para afuera, nunca con las manos y, sobre todo, sus corazones insisten en ir por el pedazo ciego del camino.
Ella puede seguir hablando, sin embargo su autora decide que debe hacer una pausa. Guarda para su personaje el argumento más filoso, el que hará que uno más uno deje de ser uno. La autora no soporta que su personaje masculino ni siquiera atisbe a mover su boca. Entonces sigue su ella:
- El judaísmo es la religión facista por excelencia. Ser judío significa pertenecer al Pueblo Elegido, no serlo significa malinterpretar a Dios. Ser ateo es pertenecer a otra esfera, fuera de lo real. No importa cuánta sangra corra en pos de ese pedacito de tierra que Dios les dio por decreto. Los cristianos derivan del judaísmo, y el símbolo que los representa es un elemento de tortura inventado por los Romanos.
Él sigue sin hablar, sin poder, sin ganas. Guarda todas sus fuerzas para secar sus lágrimas, que no son de alegría. Ella es dueña y señora de todo; acción, diálogo, observación. Ve cómo llora él y concluye, terminante:
- Tus lágrimas hechan luz a mis pensamientos; ponen blanco sobre negro. No estamos más...
Sale del departamento de él. Afuera no la espera otra cosa que una puta miope y acorazada, incapaz de distinguir una lágrima de un salivazo. Y en el gesto de levantar el brazo para que frene el colectivo, seca rápidamente una lágrima que no es de emoción.

Él se levanta con la sonrisa de quien cree que la belleza también existe. Lava sus dientes con resaca, enemiga nata para el recuerdo del sueño. De hecho, lava sus dientes y la espuma del dentrífico se le confunde con espuma de mar, escupe y piensa que está por comenzar la noche. Que afuera está el camión, esperando.
Él se mira en el espejo con el asombro de quien descubre algo viejo.
Se viste en apenas segundos y transita su huella hasta el pueblo.
Ella esgrime un altar en el campo de su memoria, se deja llevar con la desazón que deben sentir las hojas ante el huracán.
Entonces ella: ella, ella y ella.
Él y ella, ella y ella. Cada día que pasaron juntos, una nitidez indiscutible. Aunque arrastrado por el huracán, él duda de la existencia de ella. ¿Acaso no es ficción? ¿Una posibilidad? Aparece agua y espuma de mar, una puesta de sol, hendrix suena en un parador de playa y ellos dos. Caminan de la mano. Frenan, se besan. el sol cae con la furia de una liebre domesticada. Ellos insisten con esos pequeños viajes entre la arena y el agua, entre el agua y la arena. Aún hay sol, pero ya es de noche.
Pregunta por pasajes al sitio más liviano que exista. Rescata las últimas monedas de su bolsillo y paga el boleto; sonríe con los dientes de quien recuerda una puesta de sol.
Espera entre árboles y gente, la hora de partida.
Ahora mira por la ventana, conoce cada línea del asfalto. Lee un libro y las imágenes se le borran; tiene sueño. Duda si dormir o si enseñarle a los personajes del libro a mirar por la ventanilla. Opta por un café y un caramelo de menta. Espera en vano las ganas de leer. Canta para sus adentros, o, más aún, imagina el sonido global de varias canciones de Hendrix, y piensa en cómo era que pesnaba Jimi. O si acaso él sólo sentía y gracias a eso poseía esa asombrosa facilidad de transducción a través de su herramienta de trabajo, como si se tratara de poner un sello en un papel.
Ventanilla, distorsión y wah-wah, platillazo, estribillo. Él se aburre con la facilidad de quien cuenta números enteros. Entonces decide volver al libro sin ganas, y le cuesta entender el motivo de que las hojas ya no tengan sentido, como si las letras fueran otras, o, para ser más certeros, invisibles.
Cierra el libro y decide escribir una decena de argumentos para ya no ser feliz, ni jugar como un chico, ni tener novia. O querer viajar a un lugar liviano.

4 comentarios:

Gabriel B dijo...

estas vivo muñeco? Las malas lenguas aseguran que estas fumando con un grupete de duendes. es cierto?
abrazo

Unknown dijo...

hay un abismo inmenso en este texto.
encuentro la sabiduria, la imaginacion, la violenica y la humanidad.

alli vamos!

mis felicitaciones mas falicitantes.

impecable y rocanrolero. como tanto me gusta.

Unknown dijo...

felicitantes

El Varón de Bairesburgh dijo...

Tal cual, que el agua aprenda a nadar. Hay desesperanza, hay huracán. Y si hay huracán, hay Sifón Ubeda.
Espero lo hayas pasado genial el viernes! Tuve una cena laboral de fin de año y salí a la 1, con sueño y champagne.
El miércoles viajo al mundo. Expectativas por 200.

Abrazo de gol, súper amigo!
Varón Rulo