...primer cuelgue...

Farol no brilla por sí mismo, pero él piensa que sí sin siquiera estar convencido de eso. Habla y habla de lo importante que son tantas cosas que hizo y dejó de hacer. Además de irritar, también consigue un sutil desprecio difícil de expresarle. Es bien jodido lograr eso, y él puede. Pola le habla con la mejor, le sonríe a pesar de que no le gusta ni un poco. Estrella también, le explica incluso cómo llenar el espacio; hasta yo lo halago falsamente, pensando que quizá no quiera ser tan Farol, que en algún momento cerrará el pico. Pasan los días y no hay caso; parece ir perdido en su luz, en la soledad de tanto hablar. Farol no cae mal, pero tampoco suma, y es demasiado para arrastrarlo con lo que pesa la mochila. Queda en el camino, en el suyo propio, en la soledad de tanto hablar.
Estrella Pola y yo seguimos juntos hasta el final. A veces recordamos a Farol, lo que vivimos. Ese sutil desprecio que sentimos por él, se convierte en una sonrisa miserable, en una falsa alegría de que no está con nosotros.
Viajando aparecen infinitos personajes. De esos que no se consiguen en librerías o en las mejores salas. Las saudades son inevitables; hay muchas personas que amo y quizá nunca vuelva a ver. No hay de qué preocuparse, me dice Gorki, crecer es recorrer caminos, es poder andar con uno mismo. Dentro de esa telaraña llamada realidad espero tantas cosas, que no llegan porque no las hago. El policía abraza a una monja, la monja abraza a un hombre equis, y ese guacho me abraza. Yo abrazo a un puto, el puto a un cartonero, el cartonero a un muchacho que volvía del fútbol, y todos nos abrazamos como en un gol importante. Pero no hay gol, es porque sí nomás, sólo porque podemos. Y con ese amor espontáneo conseguimos longevidad, caminar por nuestros medios, sonreír. Tomar agua pura y saludable, cristalinas cataratas de agua sana.
Cada persona es infinita, única, irrepetible, sin embargo le decimos: che boludo cómo estás. No nos engañemos, fuera del tango, veinte años es una banda. Escribir sobre el viaje es bien difícil, al menos sin caer en relatos plagados de nombres y cifras. Cómo poner en palabras la magia que el camino regala, si el viaje es parte de un destino, el mismo que me une a cada uno de ustedes, con el sol arriba y el suelo abajo. Cómo escribir del viaje si aún permanezco en él, si soy ese viaje; enigma que me fascina y sorprende.
En un día cualquiera, el amor de mi vida reparte volantes y sonríe, el gran capitán sale de chacarita, con nosotros arriba. Somos cuatro en principio; Farol, Estrella, Pola y yo. Vino tinto, flores recién cosechadas, alimento: el viaje es algo largo pero sabemos llevarlo. La tierra y sus ojos me burlan ¡y qué!; si tengo un rocanrol impresionante en el cerebro, que seguro merezco.
Luego de un día de tren estamos en Fungilandia. Rotwailer es el vocero de la banda de locos allí presentes, lo primero que hace al vernos es acercarse y pedirnos $2 (pesos dos) para el vino. En verdad escabia alcohol etílico con jugo de limón: bueno para el resfrío y mejor para la cirrosis. Eh, microbio, entregá dos pesos para el vinoh; ultratumba materializada en cuerdas vocales. Sin darle el reclamado Mitre ponemos las carpas por ahí, y disfrutamos la belleza del riacho que atraviesa el camping municipal. Hasta tomamos baño; el otoño recién comienza y da permiso. Encuentro escorpiones y serpientes, pero nada de lo que buscaba: no llueve lo necesario. El río, qué delicia, parece una sinfónica culminando una obra maestra. Después escribo unos versos (vagos) sobre espirales, que no vienen al caso. El sol cae sobre el río, transformando el cielo de violeta a naranja, y sin fingir, alucinante en todo sentido.
Seguimos subiendo constantemente, incansables, hasta la cúspide de nuestro ser.
Pienso demasiado pero no por eso sale algo en limpio de mi cabeza; por la ventanilla del camión corre el asfalto con sus líneas blancas y amarillas a toda velocidad. Busco alejarme de aquí, larvas como yo no se encuentran a sí mismas en las arterias del sistema.
Tengo poder adquisitivo, luego existo. Pero esto se pudre, y como en todo lo que se pudre, existimos larvas recicladoras. Yo soy una de ellas, por supuesto; sin religión, patria, pasado o futuro. Y, sin embargo, vivo absolutamente convencido de que AHORA merezco el cielo, en la medida que rompa mi cáscara y extienda mis alas.
Pienso demasiado, pero no por eso saco algo en limpio de mi cabeza. Más bien sigo, lleno de ansiedad. El camión me deja más allá, las líneas blancas y amarillas desaparecen.

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