...prólogo del Cuelgue Eterno...

Acampo lejos de todo, cerca de mí. Cómo estás, me preguntan y no sé responder, aunque en verdad siento que estoy volando, y a veces es mejor quedarse ese tipo de cosas. Bien, resumo, y sigo por ahí, sintiendo en los destellos del sol un gran motivo para mantener mi boca cerrada. El desierto es un paraíso; mi retina parece un proyector y no un receptor de luz. Consigo ver mis sueños frescos, detallados, palpables. Duermo conmigo, en la cúspide de un silencio verde. Al día siguiente veo toda la vida del único árbol en kilómetros a la redonda; una estela lumínica lo recubre en toda su extensión, incluso sus raíces brillan bajo la superficie de la tierra infinita, desértica. El árbol sin dudas posee esa vida y la desprende siempre, sólo que yo consigo verla ahora que estoy en ayunas en la mañana de un día mágico.

Meses después veo a mis colegas contentos, ¿felices podría decir?, tomando unos vinos en la plaza y me ponen contento a mí también. Nos contentamos con poco, es decir, con muy poco. Es como ver Heidi o escuchar Mozart; un canto a la humanidad; una guitarra con dos cuerdas menos pero tocada por alguien que dice algo. No como ciertos técnicos del ritmo y la melodía. La flor de la noche pa quien la merece. A pesar de tanto escabio cigarro y conversación banal, siempre aparece aunque sea una astilla de filantropía distinta en cada personaje callejero, y eso nos ubica al fondo de este guiso carnívoro y manoseado. Los violinistas de la sinfónica de Berlín (por decir) quizá no sepan que estamos todos en la misma gran olla, y flotar en la superficie puede ser una desventaja, desde el momento en que se sientan a comernos.

Sigo preguntándome si son felices con sus bombas, si sabrán que existen otros, como nosotros, que en lugar de lanzarlas las recibimos.

Y qué vas a hacer cuando vuelvas, me preguntan en tono afirmativo, como si fuese muy importante saberlo; en verdad los días vienen y no se pueden acumular, y qué pánico con eso. Si viajo es porque tengo ganas de seguir, digo con el cassette puesto. Si no viajo es porque voy a completar las frases inconexas, expandir las ideas sin desarrollar, escalar la montaña de imágenes en mis entrañas.

No existe la suerte sino el mérito, acción-reacción; tus axilas huelen o dejan de oler porque corriste por el prado o te quedaste sentado adelante de una pantalla. Nunca es tarde para abandonar el búnker, correr por el prado, ir a donde sea.
Vivir con una carpa un parche y una guitarra es revivir cada día; aunque si se aburren ahora (con esta mierda) puede que se aburran con cualquier cosa, digo, para no caer en romanticismos pelotudos. Revivir cada día es en verdad una cuestión de cosmovisión, así como Luchar por el Socialismo a Gran Escala, o ser un farsante-carilindo que dice por tele “La Felicidad se construye día a día” (puta madre). O un hippie medio punga que fumando un marlboro dentro de su poncho habla de espiritualidad; que sé yo, está bien, pero no puedo dejar de pensar en la gallina que vi aquella vez: saltó a un techo y zafó del perro que la perseguía, pero terminó trabada con la antena de televisión satelital.

Nadie se salva solo, nadie salva a nadie, todos nos salvamos en comunidad.

En definitiva no es la felicidad sino la comunidad lo que se construye día a día; sin comunidad no puede haber felicidad. No pienso en “Al servicio de la comunidad”, o sea, que termines con un escudito de la PFA, chumbo y garrote reglamentario. No, no es eso, igual si estás leyendo esto supongo que no te interesa mucho entrar en la Fuerza.

Digo de volver (devolver) a la vida sin petróleo, dinero, gobiernos, empleos innecesarios. Eso sería una (r)evolución real, y no otro pseudoprogreso; tendremos que amarnos obligatoriamente, de una manera precisa y total, si es que efectivamente queremos persistir como raza humana. Nuevas formas para las nuevas formas, reemplazar el rol de las instituciones sin repetir estructuras que las emulen.

Mi propio hedonismo me impide acceder a nuevos grados de conciencia; por eso busco el viaje más allá de ser nómade o sedentario, busco el viaje hacia adentro. Paso el tiempo en lugares donde abunda la alegría de caminar bajo el sol y escasea el miedo a compostar.

Asumir lo que pasa es más difícil lo que creemos, siempre. Un día cualquiera no saldrá más agua de la canilla, gas de la hornalla, dinero del cajero, nafta del surtidor. Eso no te lo explican los medios cuando hablan de economía, porque su función es justamente esa: desviar tu atención hacia cosas que no son vitales. Los colosales cúmulos de cemento-incongruente a los que sucintamente llamamos ciudades, efectivamente van a colapsar un día más acá o más allá, porque ya demuestran un agotamiento irreversible, el derroche absurdo, la falta de empatía y tolerancia; ese otro que se tira pedos en el asiento de adelante en el bondi (creas o no) es esencialmente igual a vos. Por no tener educación suficiente, por naturalizar cualquier tipo de (auto)humillación le decimos: cómo te cagaste hijo de puta. Pero la posta que ni vos ni él se calientan, un poquito aunque sea, en conocer cómo funciona lo que hay debajo del pasto, y cómo se relaciona con el sol el éter y el agua; y que esos son los elementos básicos para que la vida florezca y nos dé alimento. Pero la carrera de “hippie viajero sin planes de afeitarse” es demasiadolarga y sin mucha salida laboral, viste. Mejor estudiar “culos húmedos en las praderas áridas de Hawai”, que la hacés en tres cuatrimestres y se gana súper bien.

La solución que salió de mis manos es estudiar Todo. Y lo único que aprendí en estos años de carrera (¿qué sería lo contrario a carrera?) es que Todo es parte de algo único e indivisible, o sea, que corresponde a una Unidad. El planeta es un punto, un grano de arena es Dios. Si querés lo estudiamos juntos, pero no le veo mucho sentido. Mejor hacerlo y ya.

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