La primera vez que fui a la cancha con
mi hijo, fue éste el verdadero espectaculo para mí. Le compré su
reglamentario gorrito, le conté de los colores del club, de los
grandes ídolos, los campeonatos pasados, las vitrina internacional
aún vacía... también de los más de quince años de sequía en
torneos locales. Sus ojos se hicieron enormes cuando le dije que, de
ganar aquel día, quedaríamos ya enfilados en la primera posición
con tan solo dos partidos por jugar.
Compartíamos un chori y una gaseosa
sentados en la popular, cuando se escuchó retumbar la voz del estadio, con la formación de nuestro equipo: “...con el 1
Compañerismo, con la 2 de primer saguero Organización, con la
número tres Federico Respeto, 4 para Rebelión, con el número 5,
volante central, Juan Humildad, con la 6, de segundo saguero, Ricardo
Afecto, 7 Pablo Compromiso, 8 para Carlos Cultura, con la 9
Au-to-ges-tión (aplausos y gritos enardecidos bajaron de la
popular), con la 10 Alberto Magia y con la 11 Diego Armando Libertad.
Dirige técnicamente a Lechuga Fútbol
Club: Gabriel Ventisca.
Prepara físicamente: “el profe”
Omar Respireta.
La gente no dejaba de aplaudir un sólo
segundo, hasta que comenzó con el rival: “Y estos son (con mucha n
al final) los once del visitante: con el 1 en el arco Corrupción, 2
Franco Codicia, 3 Horacio Farsa, 4 Leguleyo, 5 Cúpula, 6 Alcahuete,
con la 7, de wing derecho, Francico Sordera, 8 para Hacinamiento, 9
Proxeneta, 10 Juan Carlos Patota, 11 Mauricio Pajarón.
Dirige Técnicamente al Club Atlético
Soplones Unidos: Nicolás Panicotta.
Prepara Físicamente: Rogelio Desgaste.
Cuando comenzó a rodar el esférico mi
hijo no miraba otra cosa que las tribunas; fascinado con el fenómeno
acústico-social más que con lo futbolístico. Algo más que
entendible en un niño de 6 años, que iba por primera vez a un
evento multitudinario, y que además pateaba la pelota en la plaza de
la esquina todos los días, sin que nadie lo mire.
El primer gol de Soplones, a los 25 del
primer tiempo, fue un duro golpe para nuestro amado Lechuga. La gente
enmudeció por unos instantes y luego volvió a su griterío eterno.
Mi hijo preguntó: ¿por qué gritan si nos hicieron un gol? Tuve que
explicarle que a los jugadores hay que alentarlos para que sientan la
fuerza la gente, que eso es más importante que el resultado. Mi hijo
puso cara de que sí, pero no sé qué entendió. Apenas le entraba en
los ojos tanta gente amontonada.
Llegó el entretiempo. Fuimos al baño,
esa tierra de nadie donde el hedor y la falta de mantenimiento hacen
su irrespirable comunión. La gente de nuestro club, siempre
idenficada por su paz y amistosa conducta, igual tira lo que le
sobra, igual tiene sangre caliente en las venas.
Ni bien empezó el segundo tiempo
empató Autogestión. Se trepó al alambrado y la gente se fue en
avalancha a gritar con él: GOOOOOOOOOL. Locura, pasión, griterío
ensordecedor y el gusto a dulce que brota en ese momento glorioso.
Gusto que nunca sabré de dónde sale.
Minutos después el árbitro cobró un penal, entre dudoso e inexistente, para Soplones. Patota lo capitalizó, rematando a Compañerismo, cuyo vuelo estéril aún no consigo olvidar. Algunos barrabravas comenzaron a apedrear el campo de juego, y
varios nos sumamos. Nunca supe explicarle a mi hijo de dónde salían
aquellos auténticos cascotes. ¿Por qué no alentamos en vez de
tirar cosas?, preguntó el pequeño, mientras yo aplicaba al
lineman, con inesperada puntería, las pilas de la radio.
Jugadores y jueces abandonaron la
cancha custodiados por la policía. Los hinchas gritamos
un rato más, transformando nuestra bronca en temblor sobre el
concreto. Felices de jugar nuestro papel. Los puntos fueron para el
visitante. Mi hijo, hasta mucho después, jamás entendió porque no
siguieron jugando. Faltaba un montón.
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