La ruta: semanas
sin nada que fumar, días sin mate, mucho pan y queso y queso y pan. Resultado:
constipación. Nunca me había pasado, ahora entiendo por qué tanta propaganda de
esos yogures violetas, aunque sigo sin creer que sea un lácteo lo que te manda
a evacuar. Ya son tres días y la sensación es que se me debe notar en la cara
cierto malhumor. Con un yogur (de los comunes, no esos supuestos laxantes) y
unas pepas (muy baratas) en la panza me voy al campo de los alisos (¿el champs elyses tucumano?). La mañana es
fría, la vista del cerro nevado en la punta da más frío aún.
Llego hasta el
río donde están construyendo un puente: uno con pilares de cemento, amplio,
para que lleguen contingentes de turistas (lácteos cigarrillos). No hay, de
momento, manera de cruzar sin mojarse las paticas.
Con una pequeña
mochila, donde viaja la vianda, y con patri (la bici) sobre mi hombro derecho
cruzo el río. Tendrá unos cien metros de ancho y es caudaloso: el agua me llega
a las rodillas, y por momentos algo más arriba. Cuando termino el cruce dejo a
patri contra una piedra y me mojo la cabeza, ya empieza a sentirse el sol. Los
obreros me miran y comentan mi aspecto hippie. Les son–río, les hago la “v” de
la victoria, y sigo mi rumbo.
En el campamento
de los guarda–parque no hay ni uno de ellos sino más obreros que me indican el
camino hacia “Los Chorizos”.
Es todo en
subida, el camino de yunga me fascina, pero su humedad, su inquebrantable
calor… lo hacen bastante denso. Luego de un par de kilómetros me detengo a
respirar hondo. Obtengo sin querer instantes de bella Iluminación. Me encuentro
vacío. Pido amor para todos los seres, como yo, vacíos. La creación llena mis
pulmones de aquí y ahora. Soy uno con el aire. Puedo verme como en imagen
satelital: una flatulencia en el planeta.
Estar Iluminado
no es un estado. No es fácil ni complicado, es algo así como dejarse llevar y
resistirse al mismo tiempo.
Llego a Los
Chorizos: un claro, una casa, y cerros que asoman en distintas direcciones. Me
detengo a mirarlos, mientras mastico unas aceitunas.
Se nubla en tan
solo segundos. Decido volver. En el trayecto, veo una picada hacia el rio, que
se escucha sugerente y vivaz. Un cartel advierte “no entrar sin autorización”.
Le pido permiso a la Pacha y con todo el respeto del que me siento capaz, bajo.
El rio se
encuentra espléndido. Hay árboles maravillosos. La resolana es fuerte, me
refugio en la sombra. También hay pequeñas playas de arena y pozones donde
sumergirse a gusto. Me desnudo, juego en el agua helada. Grito. Soy niño otra
vez, durante quince minutos.
Allá en el fondo
veo unos refusilos. El cielo ennegrece.
Salgo del agua,
subo la picada, retomo el sendero. Llego al campamento donde los obreros ya no
trabajan: juegan un truco de a seis durante la sobremesa. Se larga una lluvia
torrencial. Me advierten “no salgas, en la crecida vienen unos piedrones…”. No
traje carpa ni abrigo o más comida que pasas y maní. Solo tengo a Patri y mi
gran sonrisa.
Me siento un poco
como el chaboncito de “Into the wild”, nada más que con obreros copados tomando
mate, bajo techo.
–
Tendremos
que quedarnos.
–
Pero
no tengo nada, abrigo, comida….
–
Algo
te conseguiremos.
Así es: de noche
me tiran una colchoneta, una frazada, cenamos arroz con pollo. Como arroz. Los
obreros se extrañan y se apenan.
Hacer yoga, ser
vegetariano o gay, no es lo mismo hoy que hace cuarenta años. De cualquier
manera para mucha gente es síntoma de mala salud. Y contagioso quizá.
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