ver cada cadáver

Transitó el camino al pueblo con la pesada carga de ignorar el poder de las palabras.
Sonrió.
Su locura pasó desapercibida entre la turba apelmazada.
Compró en el gran-mercado. Granos, harina.
Las bolsas rezaban, felices fiestas.
Robó un queso Holandita, más caro que el resto de la compra.
Salió.
Los demás, sus cigarros y teléfonos. Él no sentía demasiado, pero de todos modos su cuerpo creía en la felicidad. Al menos en la suya propia.
Volvió a su pequeña casa en el bosque. Prendió una vela y el equipo de música. Su corazón tomó impulso, aunque su mente mandaba al cuerpo como la mafia, como la mafia. Su carne, su inercia, le reclamaba inventarse.
Intentó escribir lo primero que se le viniera a la mente, pero su mente estaba en otro lado.
Pensó.
No soportaba a Jobim, ni cualquier otro tipo de melancolía perfecta. La lógica permanecía, sí, pero sin sentido: se le habían acabado los parámetros para medir su nivel de estanque.
Se fue a dormir casi sin querer, como quien ignora la magia del sueño.
Durmió dos horas. Amaneció de madrugada, de noche, con el sabor amargo de ver una sola cara de las cosas. Decidió por un libro. “–Buenos días– dijo el Zorro. –Buenos días– respondió cortésmente…” Sintió que el libro había mutado, que era una entidad viva donde la magia alteró, físicamente, letra por letra.
Su cerebro se relajó. Es un buen libro, uno de los pocos.
Pero el desvelo seguía allí, de pie, humeante. Y nada que hacer.
La cabeza tapada, el corazón vacío.
La noche convertida en un infierno. Y la pared con rectángulos llenos de luz pasada. De bocas juntas, templadas.
Afuera el viento, ese que siempre le inspiraba sabiduría, le pareció profundamente cínico. Pensó en abrir la heladera, llamar por teléfono, hacer un licuado, batir unos huevos. Vagaba por la casa del bosque con la idiotez de quien ignora ser un artefacto.
Quiso que su alma se manifestara de forma indudable, para dormir sin reproches, nada más. Pero es una eternidad lo que le lleva a la vida convertirse en alma.

No hay comentarios: